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jueves, 17 de noviembre de 2011

I - La Caja


El ardiente sol hacía brotar gotas de sudor de la frente del viejo, mientras el caballo, de apariencia aún mas anciana y consumida que él mismo, tiraba penosamente del destartalado arado.
La tierra estaba dura y reseca por la prolongada sequía, pero aún así debía ararse, o no podría plantar a tiempo las verduras que tan necesarias eran para su alimento.
Metro a metro avanzaba, levantando los terrones parduzcos de tierra hasta que el arado, con un sordo golpe, se detuvo de golpe, estremeciéndose y con él, al viejo caballo que casi se cayó de lado por el tirón.
El viejo, que se había aferrado al arado, miró asombrado al lugar donde este había chocado, de donde emergía lo que parecía una vieja caja...
Se quitó el viejo sombrero dejando a la vista una rala cabellera blanca y una brillante calva de piel oscurecida y curtida por el persistente sol.
Se limpió el sudor y miró receloso la esquina de la caja, que tenía un refuerzo que parecía de hierro y pensó que debía ser muy vieja y muy cara o, cuando menos, de alguien muy rico, pues nadie hacía esos cofres hoy día, a menos que fuera alguien con mucho dinero.
Se acercó receloso y empezó a apartar terrones de tierra, dejando al descubierto lo que parecía una cruz de hierro que había en la tapa de la caja y, ayudándose del azadón que apenas podía levantar, fue descubriendo poco a poco una caja alargada, algo mas grande que él mismo que tenía un tachonado de hierro en la tapa y que recordaba a una cruz
"Podrían ser dineros de la Iglesia" pensó con apuro y después "bueno, no creo que noten si faltan unas pocas monedas" y empezó a meter el borde del azadón por el borde de la tapa para levantarla, hasta que...
Un sonido de arañazos salía desde el interior y el viejo, asustado, se apartó de la caja encomendándose a todos los santos que pudo recordar y tratando de recordar alguna oración que lo protegiese.
Silencio
No se oía nada.
"La cabeza me está jugando una mala pasada" pensó mientras, instintivamente, miraba alrededor por si alguien le había visto saltar de esa forma, ante una caja cerrada.
De nuevo volvió a insistir en abrir la caja, empujando el mango de la azada que crujía de puro viejo hasta que...
Con un crujido ominoso se abrió la caja de golpe y una figura saltó de ella
Parecía un ser humano, envuelto en una mortaja tan negra como la noche, de la cual emergían un demacrado y blanco rostro, en el que unos labios contraídos y resecos dejaban ver unos dientes tan afilados como navajas y unos ojos enloquecidos le miraban fijamente, inyectados en sangre y unas manos de afiladas y huesudas garras, blancas como el rostro de ese ser.
El viejo cayó de espaldas sin poder articular una palabra mientras el ser se arrojaba sobre él
Pero a medio salto empezó a humear y a gritar de dolor.
El viejo jamás había oído un grito semejante, de tal crudeza, dejando percibir ese nivel de dolor y agonía.
Sobre el viejo cayó un montón de tela humeante y que olía a moho y carne descompuesta.
El viejo no pudo moverse en un rato, mientras su raído pantalón se empapaba en orines y, cuando lo hizo, salió corriendo como si el mismo diablo le persiguiera, mientras tiraba de su viejo rocín.

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