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sábado, 19 de noviembre de 2011

II - El Carro


Negros nubarrones cubrían el cielo, mientras el carro, tirado por un par de agotados mulos, avanzaba por el desolado paisaje.
Un desértico y pelado terreno en el que un solitario brocal, anunciaba la presencia de un viejo pozo, seguramente seco hace mucho.
El viento cobraba fuerza mientras el conductor, que apenas se sostenía en el pescante por la fuerza del viento, echaba furtivas y temerosas miradas a su carga.
Tres días de camino, cargando eso en su carro y sintiendo ese atávico terror con tan solo mirarlo, tuvo que cubrirlo con una gruesa manta, asegurada por unas pocas cuerdas, viejas y deshilachadas.
Algunas piedras golpearon el lateral del carro que, sin esa pesadísima carga, sería capaz de llegar al pueblo que había tres millas más adelante, pero que cargado como estaba, aún tardaría varias horas en recorrer ese camino.
Le esperaba un penoso camino, teniendo que afrontar esa tormenta de arena que se avecinaba y que, según el viejo eremita que se había cruzado la mañana anterior, era la más fuerte en siglos atrás.
Al final el carretero se decidió y, aunque resultaba obvio que no había nadie tan loco, como para estar por allí con ese tiempo, echó furtivas miradas en derredor, mientras se giraba sobre su asiento y soltaba las cuerdas que ataban la carga al carro; después, con una patada, soltó el fijador de la plataforma, que asomaba bajo el estrecho pescante y esta se inclinó hacia atrás, dejando caer la carga al suelo, donde golpeó, produciendo un ruido que pareció un rugido en mitad del aullante viento.
Un repentino escalofrío recorrió cada centímetro de sus huesos y, con el corazón palpitando tan fuerte que acallaba el rugir del viento en sus oídos.
Espoleó a los mulos que, aliviados por la repentina liberación del peso, saltaron hacia adelante, trotando pesadamente para huir de la tormenta que se aproximaba, pero sobre todo de la vieja caja de madera, que quedaba en mitad de la planicie, azotada por la arena que empezaba a acumularse a su alrededor.
Negros nubarrones cubrían el cielo, mientras el carro, tirado por un par de agotados mulos, avanzaba por el desolado paisaje.

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